¿Y si la felicidad no se muere pero me oculta que duerme?
Sucedió que te apareciste nuevamente. Llevando nuestra vida en una bolsa, en tu mano izquierda y tu vida en la otra.
Tratabas de hablarme pero tus labios estaban cosidos y sólo tú te escuchabas.
Tenías los mismos ojos pero no miraban igual.
Querias engañarme, salir corriendo y no lograste despegar los pies del suelo.
Me quedé allí, viéndote hasta el cansancio, corroborando según mis recuerdos tu autenticidad.
Cuando estuve segura, te besé y cerraste los ojos, se convirtieron en los que recordaba cuando los abriste nuevamente.
En realidad no querías irte, por lo que tus pies no lograban despegarse, y, me senté junto a ti.
Y fué cuando comenzamos a escuchar nuestros pensamientos, y platicamos sin decir palabras.
Pusimos el contenido de las bolsas sobre el piso y se confundió, y lloré contigo por la impotencia de no poder distinguir, de no saber llevarme mis recuerdos y dejarte sólo tu vida.
El río sonaba y quería llevarte a verlo, pero no pude moverme, y me senté junto a tí a esperar que amaneciera.
A esperar que te fueras,
no podía dejarte sólo con nosotros regados sobre el suelo.