sábado, 2 de enero de 2010

No sé



No sé, no recuerdo por qué no fuí a hablarte. Acaso los coches impidiéndomelo; tal vez lo imprevisto del encuentro. Pero, de acera a acera puede caerse el corazón y ser atropellado y quedar en silencio. La otra, creo, también me detuvo; quién es?, por qué te acompañaba?. La ví. Y acaso sin pensar en mí. Pero no puedo decirlo porque cuando detuve mis ojos te encontré turbado, y con aquel ambiguo movimiento tuyo que me dejó pensando en que quisiste detenerte. Pero todo fué rápido. Yo hubiera deseado también haber cruzado la calle y hablarte, sin embargo, se impuso el saludo trivial e indiferente. No supe que hacer, después de ese primer impulso te miré alejarte como yo, indeciso, turbado como yo. Continué mi camino, dolorosamente, alegre, eufórico. Estuve todo el día más amable, más interesada en lo que hacía, sonriendo a los demás, queriendo a todos. Es un sentimiento de melancolía, de dulce dolor, que me derrama sobre la vida. A veces ese maridaje con lo imposible me empuja a analizarme, y concluyo sembrando una interrogación. Guardé todo el día tu imagen, y aún ahora es definida y concisa. En ese momento, percibido fuera del tiempo, te encontré sin mutación como una propiedad de mis sueños, accesible solo por mis silencios intransferibles. No sé, no recuerdo por qué no fuí a hablarte. Tres meses, más, sin verte, y tú; propicio como antes para recoger en pedazos mi muerte lenta. Ah triste procesión de lo inefable. Óyeme, hay algo más allá de nuestros actos, atrás de nuestros gestos, en el fondo de nuestras palabras. Se llama silencio, olvido, cosas no dichas, intocables. Allí te tengo. Allí eres mío de siempre; irrevocable como un destino dado, dado como una voz y un juramento.

Por eso te encontré;

y no sé,

no recuerdo por qué no fuí a hablarte.

Jaime Sabines