domingo, 17 de enero de 2010

Esa tristeza



...Ella solo se había llevado los olores del cuarto;

y veinte años después los trajo de nuevo,

los colocó en su lugar y reconstruyó el altarcillo; igual que antes.

Su sola presencia bastó para restaurar lo que la implacable laboriosidad del tiempo había destruido.

Alguien desordena estas rosas- G. García Márquez


La primera vez que tuve un encuentro con la muerte tenía 4 años. Mi tatarabuela agonizaba en su cama y tenía un olor extraño que aún no logro olvidar. Años después esperaba turno en terapia intensiva para ver a mi bisabuela inconciente, caminaba el largo pasillo hacia lo inevitable, la miraba en su cama llena de tubos con su bata blanca y sus manos de dedos larguisimos y blancos intentando buscar las palabras exactas para decirle al oído que todo iba a estar bien. Nunca le dije que la quería. No pude pronunciar palabras hasta que besé su frente limpía y fría un mes después en el ataúd. Y seguía siendo linda aún así. No perdí oportunidad y le dije a mi bisabuelo muchas veces que lo quería y le pedía que me explicara su trabajo, y le preguntaba porqué ninguno de nosotros tenía los ojos tan bonitos como él. Grises y tiernos. Dos meses después de su muerte el me salvó la vida. Tuve un accidente en el que vi a la muerte de frente, pero él se le adelantó y no permitió que rompiera el parabrisas con la cabeza. Me envolvió con su luz y luego nada. La muerte sabe a sangre, huele a sangre. No puedo imaginar el horror que debiste sentir antes de morir, debiste preocuparte por todos, debiste acordarte de mí. Aún hoy te encuentro en mis sueños y me sorprenden tus ojos color miel, la ternura con la que me mirabas y me miras no puede igualartela nadie, nunca será. Mi familia se hace pequeña. He visto la muerte muchas veces y sé que el tiempo no perdona los años. Me da miedo perder a los que quiero. Y no me da miedo morir aún hoy. Me sentiría frustrada por no hacer las cosas pendientes. Pintar. Viajar. Tener un hijo. Escribir un libro, hacer algo que nadie olvide, algo que valga la pena. Supongo que la vida me dirá hasta cuando me dará de sí. Mientras tanto esta tristeza comparada con esa tristeza no debería de hacerme sentir tan chiquita, no debería de estar sintiendo este olor a muerte y el segundero del reloj no debería recordarme la máquina que hacía respirar a mi bisabuelo hace tantos años.