lunes, 29 de noviembre de 2010

Bailando en la oscuridad






Quisiera aprender a desdibujar mis pasos. Borrar lo que hice, resaltar lo que dejé de hacer. Llegar al principio del camino y ver el futuro con todos los errores que estaba a punto de cometer para caer de nuevo y lamentarme en tu pecho nuevamente.

Tragar de a poquito tanto desquicio que no vuelve a repetirse. Temblar de frío gustosa para pasar un rato más esperando el milagro de tu madurez. Correr sobre los charcos sin fijarme en el lodo o en la verguenza de estar sucia frente a todos si de cualquier forma lo desfachatada me llegó de golpe el día que me desnudé frente a tí. Enamorarme para siempre y ser eterna. Dejar de ver correr el agua para dejarme ir en ella. Ir a otro país, sin trabajo, sin casa pero con la certeza de que me harás feliz por siempre jamás. Olvidar el olor de tu cuerpo sobre el mío. Tener el valor de sentarme a esperar que suceda cualquier cosa cuando he perdido la esperanza ya de la ternura infinita de tu mirada. Mirar tus dedos escribirme un poema y a tus pasos dirigirse a mi, ciegamente, hacia el precipicio. Mis infiernos están tan llenos de tus rostros, que he llegado a pensar que eres el guionista de mis pesadillas. Pero mi cielo está lleno de tu voz que me toca al compás de las palabras que recitas de memoria en mi ombligo. Darte una vez más la certeza del pecado sobre el escritorio: Impúdico y cínico. Darme a ti es una cosa innecesaria. Inútil. Enferma. Porque no le puedes dar a alguien un regalo que siempre le ha pertenecido. Llorar las lágrimas que te debo y tragarme las que llegan por otro motivo y terminan contigo. Enredarme entre pretextos y enumerarte los lunares bailando en la oscuridad. Ahogarte con las ganas que tienes de quedarte conmigo. Las muchas, las nulas. Decirte que eres nadie. Decirte que te repites en mi cada que respiro. Decirte que te insistes en mi imagen. Y me odio, y te beso. Y....