sábado, 26 de febrero de 2011

Cuantas nomenclaturas para un mismo desconcierto




...demasiado tarde, siempre,

porque aunque hicieramos tantas veces el amor

la felicidad tenía que ser otra cosa

algo quizá mas triste que esta paz y este placer,

un aire como de unicornio o isla,

una caida interminable en la inmovilidad...

Julio Cortázar (Rayuela)



Legar a la cama con el libro de Cortázar en las manos, esperando poder llegar al capitulo diez es sinónimo de que mis ojos lean y mi nariz solo se concentre en el olor de la mañana húmeda que llenaba mis pulmones al caminar por la calle rumbo al trabajo, y de repente, puedo ver mis pies corriendo sobre los tacones beige, o recuerdo el reflejo de las farolas en las calles empedradas de aquel pueblo en el que vivimos una vida entera, o simplemente siento la felicidad que me embargaba en ese entonces y sonrío.

Es ilógico, pero a veces se me gasta tu imagen, es absurdo también sentir tan de memoria tu olor o ver tus ojos sonriendome y no recordar el porqué, saber que tu timbre de voz me ocasiona vértigo al escucharlo a lo lejos y desconocer los motivos exactos del porqué te amo.

Veo las horas pasar y en ocasiones me dejo vivir. Otras veces me aferro a algo, quieta, esperando la caida libre que de un momento a otro llegará y dejará mi corazón partido en cien mil pedazos distintos.

A menudo juego con mis pies al dormir, acariciandolos con el colchón e intento adormecerme pensando en trivialidades o en el río delante de nosotros. Incluso pienso en aquel café comprado por primera vez en aquella cafeteria tan snob y en que a mi también me hubiera gustado acompañarlo con galletitas, de esas de 10 pesos el kilo, en la lucha constante y los besos insistentes que me hacian temblar otra vez.

Mientras volteo la hoja, me imagino tu vida, siendome ajeno y feliz y te pienso friamente, con tus conversaciones tan sorprendentes, rodeado de gente convencional, viendote como algo importante y raro. Me encanta imaginarte tan superior a lo que te rodea y que seas tan respetado. Tan tu. Tan concentrado en la lectura de tus libros con esas pestañas hundidas entre las páginas.

No sé en que momento se te ocurrió mirarme, y a mi se me ocurrió hablarte de un árbol.

Y la verdad es que no tengo la menor idea en que momento se me antojó tu compañía.

Me pregunto cual hubiera sido el camino si no me hubiera empeñado en besarte aquella tarde (¿qué pasó contigo cuando dejé de besarte?).

Y es entonces cuando me recuerdo llorandote por los pasillos, y comienzo a odiarte no se exactamente porqué. Y la Maga se aparece en la pagina del libro: desnuda escuchando a Hugo Wolf que me recuerda la desnudez cómoda en la que me sumía tantas horas, llenas de esa locura tan poética, escandalosa y liviana. Me doy cuenta que no he podido terminarlo en tanto tiempo porque, pensarnos o leer Rayuela es la misma cosa.

A esas alturas se me comienza a hacer agua el alma y solo un suspiro se me escapa.

Pongo el separador, cierro el libro y me aferro a él dejandolo para luego, mientras tanto, y como no tengo nada mejor que hacer, iré a verte.
Encontrarte repentinamente cerca es abrumador.

Pensar que el libro tiene un final me acobarda....

No hay comentarios.: